domingo, 28 de marzo de 2010

No entenderías

Lo llamé hoy. Una vez más solo para escuchar su voz, pero en modo privado porque quería molestarlo un poco. Esta vez no colgué cuando dijo hola, esperé un poco más y las palabras que siguieron y su reacción fueron obvias pero inesperadas. Quién mierda llama, qué carajo quieres, ¿acaso no tienes vida?

Estoy parado ante el espejo miro mi rostro algo ajado por el estrés, el clima y la vida de mierda que tengo estos últimos días. No he dormido, no he comido, no tengo plata. No me explico lo que acabo de hacer, peor, no dejo de preguntarme ¿de verdad me podría decir eso a la cara?

De algún modo no me las dijo a mí, no sabe que soy yo, me repito para convencerme y controlar este sentimiento anónimo en mi pecho que parece empujar lágrimas que no salen.

Mis manos cerraron el celular rápidamente como si supieran que mi corazón estaba por detenerse, no se detuvo pero me quedé helado frente al espejo. Esto no se lo puedo contar a nadie. Algunas amigas saben la historia, mis amigos no pueden ni imaginársela. Siento que me ha dolido tanto que no debo decirlo. Debería dejarlo dentro de mí para sufrir un rato. Sufrir como merezco por sentir estas cosas, por haberlo molestado, por meterme donde no me llaman, por creer que entre ella y yo me escogería a mí.

Haciendo una pausa en mis pensamientos continúo observando mi rostro, como si mirara a alguien a quien acaban de disparar pero que aún no sangra, me pregunto ¿por qué pasó todo esto? Supongo que generalmente olvido que la gente puede ser cortes o simplemente ser sociable. Probablemente él pudo haberse acercado a hablarme sin mayor motivación.

No sé qué siente por mí y eso me mata cada día. Su sonrisa, su pelo, sus palabras y las miradas esquivas que nos dedicamos cada vez que nos encontramos no terminan de decirme nada. Ahí empieza el peligro, imagino todo. Ya imaginé todo, soñé con él.

Quién mierda llama, qué carajo quieres, ¿acaso no tienes vida? Siento que sus palabras si pueden ser para mí. La última frase me ha dolido tanto. Cuando la escuché mis labios se movieron en completo silencio mientras articulaban palabras mudas: claro que tengo vida, no te das cuenta, pero quería dedicarte un poco de ella a ti.

Camino delante del espejo. Salgo lentamente del baño. Bajo las escaleras. No puedo hablar. Aprieto el celular con fuerza dentro de mi mano. Miro el celular. Tengo muchas ganas de volver a llamar pero no sé qué decir. No sabe que soy yo. Sería peor si supiera que soy yo, o lo sabe. Él solo me puede querer como un amigo, o no. Ella es ella, es linda, pero sobre todo es una mujer. Su amistad o nada, son dos opciones. Él jamás entendería que lo puedo querer, se rompería el equilibrio y lo perdería a él.

Me acerco a las piletas, me aferro el celular otra vez. Oigo a alguien decir: es un imbécil. Dentro de mi pienso que sí.

De todos modos él no entendería como un hombre puede quererlo. No entendería que sus miradas, su cabello y su sonrisa coquetearon conmigo. Es la primera vez que estaba dispuesto a arriesgarme, enfrentar el escalofriante qué dirán. Por qué nosotros tenemos menos opciones para enamorarnos. Me da rabia que no lo acepten aún, que mis amigos sigan pensando que me gusta ver culos. Me da rabia que él no sea como pensé.

Su imagen pasa por mi mente. Mi rabia al machismo, al silencio, a las bromas de maricones que recuerdo haberle oído se convierten en rabia a él. Abro el celular, entro a contactos, busco su nombre y presiono eliminar y termino mi tortura. No lo podré volver a llamar.